

Elliot Coen Riba.
En un momento de profundo desconcierto político, donde los datos de opinión revelan una desconexión entre el descontento ciudadano y la fuerza real de la oposición, las palabras del analista Elliot Coen adquieren especial relevancia. A pesar de que el 74 % de la población considera que el gobierno “no hizo las cosas bien”, el presidente Rodrigo Chaves mantiene altos niveles de aprobación, desafiando las lógicas tradicionales del voto racional. En esta conversación, Coen explora las raíces emocionales y morales que explican el fenómeno, analiza el extravío estratégico de la oposición costarricense —particularmente del Partido Liberación Nacional— y traza paralelismos con dinámicas políticas recientes en América Latina, donde el discurso moral y la narrativa de cruzada han sustituido a la vieja política de programas y gestión.
• A pesar de las críticas a la gestión del gobierno y un 74% de la población que siente que «no se hicieron las cosas», la oposición no logra capitalizar ese descontento. ¿A qué atribuye usted este fracaso en la conexión con el electorado?
La oposición padece un error de diagnóstico fundamental: sigue creyendo que esta es una elección sobre gestión, cuando en realidad es una contienda sobre moralidad. Están llevando una calculadora a una batalla moral. El 74% que critica la gestión del gobierno es un dato racional, pero el 52% que aprueba al presidente Chaves responde a una conexión emocional y moral. Chaves no se posicionó como un gerente, sino como un cruzado contra una «casta» corrupta y privilegiada. Su narrativa no es «lo haré mejor», sino «estoy del lado correcto de la historia, luchando contra los enemigos del pueblo».
La oposición, al centrarse en criticar su gestión, sus formas o sus resultados, habla un idioma que el núcleo duro del «chavismo» no escucha, porque lo interpretan como un ataque más de esas mismas élites que su líder combate. Y lo que es más grave, no logran conectar con el 55% de indecisos, porque este grupo no busca un mejor administrador, busca una causa moral en la que creer. Están hastiados del conflicto y la política tradicional. La oposición les ofrece un plan de gobierno, cuando lo que ellos anhelan es una razón para volver a tener esperanza.
Este fenómeno no es exclusivo de Costa Rica. Lo acabamos de ver de forma explosiva en Argentina con Javier Milei. Él no ganó con un plan de gobierno detallado, ganó con una motosierra y un grito moral: «¡viva la libertad, carajo!». Su victoria fue la canalización de un profundo «voto bronca» contra una clase política, «la casta», percibida como parásita e inmoral. Milei transformó una crisis económica existencial en una «fábula moral de corrupción y fracaso», ofreciéndose como el salvador. Mientras la oposición tradicional argentina ofrecía gestión, Milei ofreció una cruzada. Exactamente el mismo error que vemos aquí.
• Usted menciona a los partidos tradicionales. El Partido Liberación Nacional (PLN), en particular, ha intentado renovarse con caras nuevas, pero sigue sin despegar. ¿Cuál es el problema de fondo del PLN?
El problema del Partido Liberación Nacional es existencial. No tienen un problema de imagen, tienen una profunda crisis de identidad. Poner una cara nueva en una estructura ideológicamente fracturada es como pintar la fachada de un edificio con los cimientos rotos. El electorado, instintivamente, percibe la falta de autenticidad.
El PLN nació como el arquitecto del Estado de bienestar costarricense; esa era su alma, su propósito moral. Sin embargo, a partir de los años 80, sus propias administraciones lideraron el viraje hacia políticas neoliberales que desmantelaron su propia creación. Hoy, el partido vive en una contradicción insostenible: reivindica una herencia socialdemócrata que traicionó en la práctica. ¿Cómo puede un partido así articular una narrativa moral creíble de «buenos contra malos» si no tiene claro de qué lado está él mismo?
Esta esquizofrenia ideológica los paraliza. No pueden atacar al gobierno con una defensa del Estado social, porque ellos mismos lo debilitaron. No pueden proponer un liberalismo más coherente, porque eso sería traicionar a su base histórica. El resultado es un candidato como Álvaro Ramos: un tecnócrata que ofrece soluciones de gestión complejas y racionales, pero que carece de una narrativa moral que conecte. En una era de cruzadas, el PLN se presenta como un comité de administradores. Y eso, sencillamente, no inspira a nadie.
• Si la estrategia de atacar la gestión no funciona, ¿cuál es el error estratégico que comete la oposición en su comunicación al enfrentarse al «chavismo»?
El error es de manual y tiene un nombre técnico: una incorrecta selección del «par de oposición». La oposición ha decidido que su enemigo es Rodrigo Chaves, la persona. Y al hacerlo, caen directamente en su trampa. Cada ataque personal, cada pancarta en el Congreso, cada crítica a su estilo «vulgar» o «machista», es un regalo que valida su narrativa. Chaves se alimenta de esos ataques para demostrarle a su base: «¿Ven? El sistema me ataca porque defiendo al pueblo». La oposición se convierte, sin quererlo, en el villano perfecto de la historia que Chaves cuenta.
El ejemplo clásico de este error fue la primera campaña de AMLO en México contra Felipe Calderón. AMLO se equivocó y eligió golpear al presidente saliente, Vicente Fox, en lugar de a su rival en la papeleta. Aunque no estuve en el triunfo de Calderón si trabajo con el grupo SOLA que hizo esa campaña y lo hemos conversado infinidad de veces comparando con Costa Rica y con Colombia donde ocurre lo mismo. AMLO luchó contra el enemigo simbólico y perdió. Aquí pasa lo mismo. El verdadero adversario no es Chaves. El verdadero adversario es el profundo y sistémico desencanto ciudadano con la política, la corrupción y la desigualdad. Chaves no es la enfermedad, es el síntoma.
Una estrategia inteligente no atacaría a Chaves, lo ignoraría en lo personal. Se enfocaría en el verdadero enemigo: el cinismo, la desesperanza, la sensación de abandono que siente la gente. El mensaje debería ser: «Entendemos su enojo con el sistema, nosotros también lo sentimos. Pero la solución no es un dictador, es una reconstrucción moral del país basada en la justicia y la unidad». Deben posicionarse como la cura a la enfermedad del desencanto, no como otro síntoma del conflicto.
• Ha mencionado el caso de Javier Milei en Argentina. ¿Cómo encaja su triunfo en este análisis y qué lecciones debería aprender la política tradicional de este fenómeno?
El triunfo de Javier Milei es la confirmación más radical y contundente de que las reglas del juego político han cambiado para siempre en la región. Su victoria no fue un accidente, fue la consecuencia lógica de una clase política tradicional que, al igual que en Costa Rica, no supo leer el momento histórico.
Milei es el ejemplo perfecto de una campaña que no se basó en propuestas, sino en un dilema moral puro y duro. Su narrativa fue simple y brutalmente efectiva: de un lado, una «casta política parásita, ladrona e inútil» que ha destruido el país durante décadas ; del otro, las «fuerzas del cielo», la gente de bien que quiere trabajar y ser libre. No hubo matices. Fue una batalla del bien contra el mal. Su símbolo, la motosierra, no era una herramienta de política fiscal, era un ícono de purificación moral, la promesa de cortar de raíz todo lo que estaba podrido.
Él capitalizó el «voto bronca», esa furia acumulada por años de crisis económica y corrupción, y la convirtió en una adhesión ideológica y una cruzada con esperanza. Se presentó como un outsider mesiánico con la misión de salvar a la nación.
La lección para la oposición en Costa Rica y en toda la región es inequívoca: en tiempos de profunda crisis de confianza, el electorado no responde a la lógica de la gestión, responde a la fuerza de la convicción moral. No se puede vencer a un profeta con un plan de gobierno. Se le vence con una visión moral superior, más inclusiva y esperanzadora. Mientras la oposición siga hablando de déficits fiscales y planes de infraestructura, y los outsiders sigan hablando de castas, parásitos y libertad, el resultado seguirá siendo el mismo. La política tradicional debe entender que o aprende a librar batallas por el alma del país, o se volverá completamente irrelevante.
